En el Aula Hospitalaria de Lleida Antoni Cambrodí, cada día es un encuentro con la fragilidad y la fortaleza humana. Enseñar no es solo transmitir conocimientos, sino también acompañar, sostener y dar esperanza. Es en este contexto donde la magia se convierte en una poderosa aliada.
La magia —entendida no como truco, sino como arte— despierta la curiosidad, genera sorpresa y crea un espacio donde lo imposible se vuelve posible. Pero, más allá del asombro inicial, enseñar magia requiere algo esencial: la paciencia. Y es precisamente este valor el que intentamos cultivar en los niños y niñas hospitalizados a través del acto mágico.
Cada truco de magia que llevamos al aula exige atención, práctica, ensayo y error. Les enseño que detrás del efecto final hay un proceso, a menudo largo y lleno de fallos, que requiere perseverancia y calma. La carta que no sale bien a la primera, el nudo que no desaparece, la moneda que no se oculta… cada pequeño fracaso es una oportunidad para aprender a esperar, a intentarlo de nuevo, a confiar en que el esfuerzo constante tiene recompensa.
Así, la magia en el aula hospitalaria no es solo entretenimiento. Es una herramienta pedagógica y terapéutica. A través de ella, los niños y niñas no solo aprenden un truco, sino que descubren que la paciencia es una forma de amor hacia uno mismo, una actitud de respeto hacia los tiempos del cuerpo y del aprendizaje.
Y mientras ellos y ellas aprenden, yo también lo hago. Porque enseñar en este espacio mágico es recordar que todo acto de educación verdadera nace de la paciencia: de estar, de escuchar, de esperar.
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